Crisantemos
—Sé lo mucho que te asustan los lugares oscuros. No quiero que estés ahí sola.
Pobrecita, suena tan desolada... no sé cómo consolarla.
—No te preocupes, mijita. Estoy bien.
Ahora ya no tengo miedo. Antes sí, pero hace poco que dejé de sentirlo.
No está tan mal cuando te acostumbras.
Es muy joven y no entiende. Aún va a pasar por esto un par de veces más, y le dolerá.
Pero yo estaré con ella.
La siento llorar, y la conozco. Le sudan las manos de pensarme aquí, sola.
Yo estoy bien, y ella lo estará también, aunque no me escuche responderle.
Me acomodo en la cajita.
Está oscuro, y como es diciembre, hace frío afuera… pero no aquí, bajo la tierra.
Huele a flores frescas.
Son crisantemos.
Suspiro profundamente.
Pronto veré de nuevo a mi viejito,
y estaremos juntos otra vez.
Mi abuelita se llamaba —y aún se llama— Aurora.
Es un nombre muy bonito.
Ella me alimentó el corazón con su deliciosa comida y su reconfortante compañía durante muchos años.
Y yo todavía la llevo conmigo a donde voy.
Amablemente, Bia.